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Perdidos en la traducción: títulos de mal gusto

Perdidos en la traducción

títulos de mal gusto


Después del imparable chino mandarín, el castellano es la lengua más hablada del mundo. Es un hecho. Casi en paralelismo con el inglés, lengua con la que compite directamente en casi igualdad de hablantes. Pero bueno, sólo me baso en estadística rancia y censos que mutan constantemente. Ya advirtió Homer Simpson que la estadística no vale para nada, y eso lo sabe un 13% de la población.

Se conozca una de las dos lenguas, o ambas, un servidor siempre ha creído que con mayor o menor dificultad, la mayoría de términos siempre pueden descifrarse, aunque no seamos totalmente bilingües. Casi todas las lenguas del mundo tienen equivalencias o patrones estructurales. Y más las Indoeuropeas. Y más las que provienen del latín. Y por mucha influencia celta, nórdica o incluso francesa, el inglés es perfectamente adaptable al castellano. Y viceversa. No nos encontramos ante hebreo antiguo o esloveno. Easy shit, isn’t it?

Es mediante esta reflexión, que he llegado a plantearme quiénes son los responsables de traducir determinados títulos de películas de habla generalmente inglesa y mediante qué pensamientos y elucubraciones llegan a la tan sólida decisión de transformar y desvirtuar totalmente el nombre que ostentan en su idioma original. Un libro no se juzga por su portada, dicen, y cierto es también que una película tampoco se debe juzgar por el título.

De lo contrario, nadie se hubiera tragado Tyrannosaur porque iría de un dinosaurio escocés viejo y atormentado, Memento hubiera sido un fracaso, porque parece anticipar una peli porno de zombis de serie Z, y Apocalypse Now habría sido malinterpretada, porque suena a un viaje psicotrópico y extrasensorial antipatriótico donde un soldado cuyo espíritu viaja a la deriva se enfrenta a sus propios demonios internos. Bueno, esa la dejamos pasar, que encaja. Pero un título es un título. Por eso es tan importante acertar en el mismo. Hay que tener tacto, gusto, juicio.

Hesse no tituló su obra El Lobo Estepario precisamente por cuestiones del azar o porque un día se fue a una estepa y vio a un lobo abandonado y el lobo vino y le dijo: escribe un libro sobre lo jodido que estás en la vida y sobre tus movidas mentales, el suicidio y la contradicción espiritual del “yo” interno contra el que luchas poderosamente. No. Hesse no tomaba ácido. Bueno, tampoco vamos a cuestionar eso. Pero si tituló a su obra de esa manera, era porque tenía un sentido, una razón, una intención que resulta absolutamente evidente una vez sumergidos en el contenido del trabajo literario.

Lo que quiero decir, groso modo, es que un título, en cierta manera, es como la comida. No se juega con la comida. Y lo que tiene aspecto de mierda, sabe a mierda también. Un título malo suena mal y sabe mal. Pervierte el contenido, confunde al espectador.

Por extensión y lógica, si un título cinematográfico se ha pensado en su idioma original de una forma concreta, es porque el consenso de los máximos gerentes y responsables de la obra han decidido determinarlo así para favorecer el film. Porque tiene una coherencia interna con el conjunto del producto, un sentido, una musicalidad, un compás. Porque vende y porque, como a una criatura, hay que asignarle un nombre para proporcionar identidad.

Terminator no podría traducirse al español como Máquina del Futuro Asesina con Exoesqueleto Metálico: La Venganza. Se llama Terminator por la efectividad de la palabra, la contundencia de semejante título, la potencia, la efusión con la que se dice. Terminator, coño. Da gusto y se te llena la boca al pronunciar la palabra en inglés. En castellano encontramos la equivalencia directa de Terminador, y ya pierde algo de chispa, pero es normal, porque de haber sido española, el robot en cuestión se hubiera pasado a llamar Matador, Destructor, Aniquilador o Asesinoooorl. Mejor en original, sin traducciones y complicaciones. Una palabra única. La gente lo pilla.

No obstante, y he aquí el quid de la cuestión, hay títulos que se cambian enteramente. Somos así. No podemos conformarnos con traducir exactamente lo que significa en versión original y adaptarlo a nuestra lengua. Precisamente como con una novela, aunque en ocasiones se pierdan detalles de importancia al no encontrar equivalencias sencillas. Pero esto es un título, ¿qué cuesta traducir una palabra?, ¿una frase?, ¿una expresión?

Por eso The Frighteners se tenía que llamar Agárrame Esos Fantasmas. Tú, fulano mendigante, el de la cara de nabo, agárramelos. Es una orden, imperiosa. Cógeme los fantasmas, como sea, los agarras y los metes en una bolsa y luego los enrollas en una servilleta para que me limpie el culo con ella como lo hago con el título original. Groundhog Day, como no, tenía que llamarse Atrapado en el Tiempo. Porque sí, porque es de lo que va la peli. Un tío atrapado en el mismo day de ground del perro in the gueto porque yes. Y tan ricamente. After Hours, vocablo eternamente pronunciado en el West End de San Antonio, Ibiza, se traduce como Jo, ¡qué noche! Jo, ¿verdad que sí tía? Pero qué fuerte. El pive mazo pavo porque no tenía dos pavos para tener flow en la party. Y eso que la queta estaba en su punto. Pero no os preocupéis, porque Silent Running ahora significa Naves Misteriosas. El silencio corre y unas naves raras aparecen por ahí. El traductor estaba de resaca y no hubo tiempo que perder. Pongo un título al estilo delfor. Lo que me sale delforro de los cojones.

¿No querías caldo? Pues toma dos tazas. Ice Princess, esta es fácil. Princesa de hielo, Princesa gélida. Lo sé hasta yo. Easy stuff. Pues no, ni por las buenas ni por las malas. Ni mediante ninguna de las maneras. Mutación máxima. Soñando, soñando…triunfé patinando. Y cagando, cagando…solté un escándalo, que aunque grande y hermoso, por el váter se fue arreando.

Y es que, al parecer, en el territorio Ibérico, al igual que en muchísimos países latinoamericanos, gusta esto de saquearlo todo, meter mano, guarrear. Llega una película y ciertos individuos con poder sienten la imparable necesidad de nacionalizar el producto y dejar marca, como a una res. Marca de patetismo, de extravagancia.

Es como si en vez de El Señor de los Anillos, le hubiéramos titulado La Sortija del Diablo. En lugar de Braveheart, Corazón de Escocia Temeroso. Ya no sería La Guerra de las Galaxías, cambiaría a El Sable galáctico universal: El guerrero de la luz. Se me ocurre que El Resplandor, por la misma lógica, debería haber sido La Luz del Escritor Loco Fantasma. Y ya no nos referiríamos a No es País para Viejos, si no a Viajando con una Bombona por Tejas o Bardem el Butanero del Sur. Porque Texas suena mal, aquí, en español de España. Debe ser Tejas. Casi como tetejas.

Hay que tener mal gusto para cambiar totalmente el título de la película sin ningún tipo de base. Pasarte por el área escrotal todas las posibles y matemáticas traducciones lingüísticas y mutar enteramente el significado de las palabras, del título entero y, ya puestos, de toda la película que hay detrás. O eso o no haber estado expuesto al inglés —o al idioma original de la película— salvo en las películas porno o en las pegatinas que vienen con el ordenador. No quiero ser quisquilloso, que lo soy, pero no cuesta tanto, señores. Hasta mi abuela, albaceteña de toda la vida, sabe interpretar y traducir mejor los títulos. Y sabe que estar constipated es tener un constipado, pero más bien anal y con mucha mucosidad marrón. Porque sólo hace falta sentido común, rigor y un poco de conocimiento de la lengua.

por Romualdo Abellán

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